jueves, 11 de junio de 2009

Los partidos, enemigos de México


“La definición de partido lleva su defecto intrínsicamente; ‘partido’, es decir, que parte, que divide, que segrega a la nación.”

Para que exista un partido, tiene que haber un programa sostenido sobre ciertos principios esenciales que constituyen la doctrina y la ideología de este partido. Es debido a estos principios, doctrina e ideología, que un partido se distingue y se opone radicalmente a los otros partidos.
Y es evidente que estos principios, doctrina e ideología, constituyen un todo más o menos coherente, así como rígido y permanente; constituyen una cosmovisión de partido. Resulta evidente entonces que los partidos no pueden, en cada momento, modificar su doctrina y su programa a merced de las circunstancias, sin ver que estos se formen y se desformen, aparezcan y desaparezcan, pues esto constituiría la negación misma de la noción de partido.
Si entendemos el concepto de política como el arte o la ciencia de gobernar una nación, entonces una política netamente nacional deberá adaptarse constantemente a las circunstancias o a las coyunturas económico-sociales de la nación, con el fin de gobernar siempre según el interés nacional del momento. ¿Cómo pues conciliar esta necesidad de adaptación a las circunstancias, con la rigidez y constancia de las ideologías de cada partido (sea de izquierda, derecha o centro)? En estas condiciones, el hombre de partido, democrático, se encuentra constantemente ante esta cuestión: o traicionar la ideología y doctrina de su partido, o traicionar el interés nacional. La historia nos ha demostrado que cuando a un hombre de partido, democrático, se le presenta esta situación, prefiere sacrificar el interés nacional al interés del partido al que pertenece.
Tomemos el ejemplo de un niño que camina por la acera, y en cierto momento decide seguir una línea trazada en esta misma acera. Este niño caminara de manera testaruda sin apartarse de esa línea, sin importar que atropelle a los peatones, si pisa un charco, si choca con un poste o con algún señalamiento. Así es el buen democrático, el hombre de partido. Se ha fijado una línea y la sigue, sin importar que esto lo precipite a una seria de catástrofes, a el, a sus conciudadanos, y a su nación.
Toda sociedad para se sana, fuerte y próspera, debe ser una sociedad unida. Así es en la empresa y así es en la nación. Sin embargo, la existencia de múltiples partidos, con sus juntas, sus periódicos, sus mítines, sus congresos y manifestaciones, mantienen a la nación en un estado endémico, de agitación, de hostilidad, de división, de odio, que en momento de elecciones se traduce en subidas de fiebre, en crisis agudas, en una explosión de pasiones exacerbadas. Los partidos constituyen entonces, un fermento de guerra civil. Guerra civil sobre el plano político y guerra civil sobre el plano social.
Por lo tanto, esta división ficticia e inútil de los ciudadanos en múltiples partidos, no puede ser propicia para el buen funcionamiento de los asuntos de una nación que pretende ser grande. Esto es tan cierto, que en los momentos en que se ve amenazada la existencia de la nación o cuando se presenta una fuerte crisis, (como tenemos ahora en México) los gobiernos democráticos en su totalidad, declaran “la Patria en peligro” y llaman desesperadamente a la unidad nacional, invitando a los ciudadanos a superar sus disputas de partido y de esta manera, se niegan a si mismos.


Entonces ¿Un sistema de gobierno que no es capaz de gobernar sino cuando todo va bien, puede acaso justificar su existencia? ¿Por qué en momentos de crisis (cuando un sistema de gobierno debe demostrar su capacidad y su eficacia), la democracia se ve obligada a renegar de si misma? ¿Es posible imaginar que el trabajo en la paz, es menos importante, menos duro y menos difícil que el trabajo en la guerra? ¿Y que si las divisiones que engendra el sistema de partidos son nefastas y se tiene que renunciar a ellas en tiempo de guerra, serán saludables en tiempo de paz?
Los partidos deben desaparecer. Nadie ha nacido nunca miembro de un partido político; en cambio hemos nacido miembros de una familia; todos somos vecinos en un municipio, nos afanamos todos en el ejercicio de un trabajo. Luego, si éstas son nuestras unidades naturales, si la familia, el municipio y la corporación son los marcos entre los cuales vivimos, ¿Por qué necesitamos el instrumento intermediario y pernicioso de los partidos, los cuales, para unirnos en agrupamientos artificiales, empiezan por desunirnos en nuestras realidades autenticas?
Por eso, y como conclusión, un gobierno honrado tiene el deber de suprimir y prohibir los partidos, por una simple cuestión de unidad y de seguridad nacional.

1 comentario:

bibi(: dijo...

muy buena explicacion!...esta super chido tu blog!..bueno pero tengo unas preguntas...tu que propondrias pues en vez de la democracia? o que tipo de gobierno?,no crees que todo eso tiene que ver con la forma de educacion que nos han dado desde pequeños?..bueno espero me contestes,,(: buen dia.