En el estado liberal, la economía es al fin y al cabo, una servidora del capital; el pueblo, en opinión de muchos, un medio para la economía; pero en un Estado responsable es el pueblo el elemento preponderante; la economía, un medio al servicio del pueblo; el capital, un medio al servicio de la economía. En economía solo puede haber un mandamiento, y ese mandamiento reza, dicho con toda concisión: es acertado lo que es útil en sí, útil en el sentido del servicio a la nación.
Las fuerzas creadoras no solo deben trabajar, sino que también deben asumir la tutela de lo creado. Esto es el origen de lo que se conoce como propiedad privada. Así pues, en contra de lo que afirma el comunismo, el futuro de la humanidad no puede ser el ideal de igualdad, sino que ocurre completamente lo contrario: cuanto más se desarrolla el hombre, tanto más diferenciados son sus rendimientos, y por ello es obligadamente lógico y adecuado que la administración de lo logrado esté precisamente en manos de quien obtenga tales rendimientos. Bien es verdad que con una limitación; también estos logros conseguidos por individuos altamente desarrollados tienen que estar dentro del marco de la utilidad común.
El mundo comunista coloca, por encima de todo a la humanidad, o sea, una mezcolanza de reses iguales que sólo se puede lograr ahogando a las inteligencias superiores, pues es imposible elevar sin más ni más a los torpes a la altura de los inteligentes; es decir, la igualdad se obtiene a costa de un descenso de nivel intelectual de todos hasta el plano de inteligencia del más torpe. En manifiesta oposición a esta forma de concebir el mundo, el liberalismo coloca al individuo en el centro de todo el acontecer social, o sea que el estado liberal defiende el siguiente punto de vista: es bueno todo lo que resulta útil y provechosos al individuo, a la persona individualmente considerada, incluso a riesgo de que resulte nocivo para la comunidad.
Frente a ambos conceptos, un Estado que se ocupe realmente de los intereses nacionales, busca máximo rendimiento del individuo, pero corregido por el interés total de una comunidad que, al fin y al cabo, ha de proteger con su acción el rendimiento del individuo. Esta modificación del pensamiento de propiedad no supone en lo más mínimo una limitación de lo individual, de la capacidad individual, de su fuerza creadora, de su diligencia, etc., sino que, al contrario, da al individuo las mayores posibilidades para su desarrollo. Impone únicamente una condición: que el desarrollo no debe discurrir en perjuicio de la comunidad, pues, al fin y al cabo, el interés común está por encima de todo.
Podríamos hablar de utilidad o de crimen, es decir, se debe procurar que la inteligencia de un individuo se vea coartada en el momento en que ésta entrañe un perjuicio para la comunidad. También se debe impedir que, a consecuencia de la burocratización, el elemento no creador no solo no administre el rendimiento del que crea sino que, además, no lo menoscabe. No imagino que un funcionario, que a lo mejor ha llegado a tales alturas por palancas o antigüedad, vaya a ser más eficiente que un industrial que se ha abierto esforzadamente camino luchando en su fábrica, demostrando, por estar donde se encuentra, que es todo un hombre en su espacialidad.
La lucha económica por la vida no conoce en absoluto el perdón, quien se muestra incapaz en la lucha económica termina siendo derrotado; quien se muestra perezoso, se hunde. Y la misión de un estado responsable estriba no en cuidad de que los perezosos encuentren acomodo en la burocracia, o los insensatos logren un puesto entre los funcionarios, sino en procurar, sin miramientos, de que sean removidos los perezosos, los incapaces, y ocupen los mejor dotados los puestos de aquellos.
El interés de la colectividad puede emparejarse perfectamente con el interés individual, y visto a la larga, el interés del individuo sólo puede en realidad ser satisfecho cuando no está en oposición al interés de la colectividad. Así pues, el odio entre clases pude ser abatido dando al obrero el convencimiento de que es parte de las fuerzas creadoras, que es indispensable y tratado como se debe, de que se le paga lo que su trabajo merece, que con su dinero puede comprar lo que necesita. Y, naturalmente, otro aspecto fundamental: que no está desacreditado socialmente; que no se le considera un ciudadano de segunda clase, y que sus hijos podrán llegar a serlo todo, siempre que posean la capacidad.
Tenemos entonces estos dos puntos de vista: una producción en masa dirigida exclusivamente por el estado, o, un desarrollo de la humanidad mediante el fomento de la iniciativa privada, en la cual veo, únicamente, la condición indispensable para la evolución progresiva y para toda la obtención complementaria de valores importantes.
Las fuerzas creadoras no solo deben trabajar, sino que también deben asumir la tutela de lo creado. Esto es el origen de lo que se conoce como propiedad privada. Así pues, en contra de lo que afirma el comunismo, el futuro de la humanidad no puede ser el ideal de igualdad, sino que ocurre completamente lo contrario: cuanto más se desarrolla el hombre, tanto más diferenciados son sus rendimientos, y por ello es obligadamente lógico y adecuado que la administración de lo logrado esté precisamente en manos de quien obtenga tales rendimientos. Bien es verdad que con una limitación; también estos logros conseguidos por individuos altamente desarrollados tienen que estar dentro del marco de la utilidad común.
El mundo comunista coloca, por encima de todo a la humanidad, o sea, una mezcolanza de reses iguales que sólo se puede lograr ahogando a las inteligencias superiores, pues es imposible elevar sin más ni más a los torpes a la altura de los inteligentes; es decir, la igualdad se obtiene a costa de un descenso de nivel intelectual de todos hasta el plano de inteligencia del más torpe. En manifiesta oposición a esta forma de concebir el mundo, el liberalismo coloca al individuo en el centro de todo el acontecer social, o sea que el estado liberal defiende el siguiente punto de vista: es bueno todo lo que resulta útil y provechosos al individuo, a la persona individualmente considerada, incluso a riesgo de que resulte nocivo para la comunidad.
Frente a ambos conceptos, un Estado que se ocupe realmente de los intereses nacionales, busca máximo rendimiento del individuo, pero corregido por el interés total de una comunidad que, al fin y al cabo, ha de proteger con su acción el rendimiento del individuo. Esta modificación del pensamiento de propiedad no supone en lo más mínimo una limitación de lo individual, de la capacidad individual, de su fuerza creadora, de su diligencia, etc., sino que, al contrario, da al individuo las mayores posibilidades para su desarrollo. Impone únicamente una condición: que el desarrollo no debe discurrir en perjuicio de la comunidad, pues, al fin y al cabo, el interés común está por encima de todo.
Podríamos hablar de utilidad o de crimen, es decir, se debe procurar que la inteligencia de un individuo se vea coartada en el momento en que ésta entrañe un perjuicio para la comunidad. También se debe impedir que, a consecuencia de la burocratización, el elemento no creador no solo no administre el rendimiento del que crea sino que, además, no lo menoscabe. No imagino que un funcionario, que a lo mejor ha llegado a tales alturas por palancas o antigüedad, vaya a ser más eficiente que un industrial que se ha abierto esforzadamente camino luchando en su fábrica, demostrando, por estar donde se encuentra, que es todo un hombre en su espacialidad.
La lucha económica por la vida no conoce en absoluto el perdón, quien se muestra incapaz en la lucha económica termina siendo derrotado; quien se muestra perezoso, se hunde. Y la misión de un estado responsable estriba no en cuidad de que los perezosos encuentren acomodo en la burocracia, o los insensatos logren un puesto entre los funcionarios, sino en procurar, sin miramientos, de que sean removidos los perezosos, los incapaces, y ocupen los mejor dotados los puestos de aquellos.
El interés de la colectividad puede emparejarse perfectamente con el interés individual, y visto a la larga, el interés del individuo sólo puede en realidad ser satisfecho cuando no está en oposición al interés de la colectividad. Así pues, el odio entre clases pude ser abatido dando al obrero el convencimiento de que es parte de las fuerzas creadoras, que es indispensable y tratado como se debe, de que se le paga lo que su trabajo merece, que con su dinero puede comprar lo que necesita. Y, naturalmente, otro aspecto fundamental: que no está desacreditado socialmente; que no se le considera un ciudadano de segunda clase, y que sus hijos podrán llegar a serlo todo, siempre que posean la capacidad.
Tenemos entonces estos dos puntos de vista: una producción en masa dirigida exclusivamente por el estado, o, un desarrollo de la humanidad mediante el fomento de la iniciativa privada, en la cual veo, únicamente, la condición indispensable para la evolución progresiva y para toda la obtención complementaria de valores importantes.
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