Las naciones, en cuanto comunidades naturales fundadas sobre afinidades geográficas, físicas, morales, lingüísticas, culturales y tradicionales de los individuos que las componen, han existido en todo tiempo, mucho antes de que los términos nación y sobre todo, nacionalismo, de reciente creación, fueran inventados.
Desde hace milenios, todo lo que la humanidad hay realizado de grande, de noble, de glorioso, de genial, de inmoral, en una palabra, de universal, lleva la marca de la nación que lo ha realizado.
Para no ir más lejos. Shakespeare, Caomoens, Dante, Miguel Angel, Racine, Goethe, Beethoven, son genios universales pero, ante todo, son ingleses, portugueses, italianos, franceses, alemanes; es por la profundidad de su nacionalismo por lo que alcanzan su universalidad. Todavía no se ha escrito una obra de arte en esperanto.
La naturaleza nos enseña que no hay Belleza, Armonía, Unidad, que no hay vida posible sino en la variedad y en la universalidad. La flor que admiramos está formada por sépalos, pétalos, estambres, un pistillo y cada una de esas partes se componen, a su vez, de una infinidad de elementos. El rostro que amamos comprende: la frente, los ojos, los labios, las orejas. Querer suprimir las naciones en nombre de la humanidad es construir un mundo abstracto, sin nombre y sin rostro, un mundo de pesadilla.
La vida en el seno o interior de la comunidad nacional es, pues, una necesidad natural, vital, de los individuos, necesidad que se extiende desde el plano material y económico hasta las esferas más elevadas de la vida moral y espiritual.
Supriman las naciones y los hombres parecerán, como peces abandonados en la orilla, con los espasmos de una lenta agonía. De lo que se deduce una cosa muy importante: Nos hemos acostumbrado a considerar el nacionalismo como una opción voluntaria, política o filosófica, entre tantas otras posibles (socialismo, comunismo, monarquía, etc.). Nada de eso. El nacionalismo no es una doctrina y menos aún un partido que se combate al que uno se adhiere. No se hace uno nacionalista, se es o, mejor dicho, se nace francés, ingles o alemán. El nacionalismo es un sentimiento innato al igual que el amor filial o que el amor maternal.
Algunos me objetarán: “Todo lo que dice Ud. Es muy hermoso; pero la verdad es que este sentimiento el que habla, el nacionalismo, no lo sentimos nosotros y sabe Ud. Muy bien que no somos los únicos y que somos cada vez más numerosos”. Sin duda, pero también hay niños que no quieren a sus padres, y madres que no aman a sus hijos; son precisamente casos anormales, irregulares, aunque algunos se esfuercen en convertirlos en regla. ¿Hay personas que reniegan o que traicionan a su patria? Sin duda. También hay hijos que matan a sus padres y madres que matan a sus hijos. Son monstruos, aunque algunos no lo duden, traten en convertirlos en modelos, al igual que el incesto. No hay más que ver la campaña desencadenada por los progresistas de todos los países a favor del aborto legal.
Si asistimos hoy día, en efecto, a la decadencia, al menos aparente, del sentimiento nacional, la culpa es de nuestra educación o, pero todavía, de una educación intencionalmente “desnacionalizante”. Pues sólo el que, por la educación y la escuela, ha aprendido a conocer la grandeza cultural, económica y sobre todo política de su propia patria, experimentara el orgullo íntimo de poder pertenecer a tal pueblo. Y no puedo combatir más que por lo que amo; no puedo amar más que lo que estimo; y no puedo estimar más que lo que conozco.
La verdad sin embargo (y esto viene a apoyar singularmente nuestra tesis nacionalista) es que, a pesar de los esfuerzos persistentes desarrollados por la fuerza de la subversión internacional para desnacionalizar a los pueblos, el sentimiento nacional (en cuanto sentimiento natural, innato) existe y persiste en la inmensa mayoría de los individuos, incluso si no se den cuenta de ello; incluso si asistimos a curiosas transferencias o desviaciones de este sentimiento, sobre todo en los jóvenes que ignoran las glorias imperecederas, los nombres inmortales y universales de su historia nacional y que concentran todas sus reservas de entusiasmo sobre sus ídolos de un día, atletas o cantantes famosos. Conocemos personas para quienes la patria es una cosa anticuada, caduca, ridícula, la patria que los vio nacer, la patria que moldeó sus cuerpos, su carácter y su espíritu, la patria que les dio un idioma, una educación, una cultura y que siempre están dispuestos a prender fuego, a sacrificarlo todo, hasta batirse, por un equipo de fútbol…
¿Qué sería del mundo, qué inmenso caos, qué anarquía qué de discordias si, cada instante los ciudadanos pudieran renegar, traicionar a su país a favor de otro, so pretexto de que éste, dirían, es más grande, más fuerte, más desarrollado, más justo, más avanzado? ¿Qué sería de las sociedades humanas si los hijos se dedicaran a desperdiciar y a renegar de sus padres, so pretexto de que el padre de su camarada es más guapo, más joven, más fuerte, más rico o más inteligente?
En verdad, es necesario que cada ciudadano se convenza de que posee, en su propio país, valores que son dignos de admiración y de amor y que, precisamente por ello, en lugar de ignorarlos o despreciarlos, debe protegerlos, defenderlos y cultivarlos.
Si la nación es, pues, la forma no solamente más favorable sino también necesaria, indispensable, no exclusivamente para la felicidad sino también para la vida, el desarrollo y la expansión de los individuos y las sociedades, debemos hacer lo necesario para preservarla y defenderla, debemos adherirnos sin reserva a la famosa fórmula de Salazar: “Todo por la nación, nada contra la nación”.
Aquí se plantea un argumento, por así decirlo, clásico: -Pero, se dirá ¿el nacionalismo no arriesga conducir, no ha conducido ya, a abusos, excesos, crímenes, atrocidades?...
¿Pero existe doctrina régimen, ideología, religión, incluso el cristianismo, religión del amor, que no haya conducido a abusos, excesos, crímenes, atrocidades? Desgraciadamente, así es la humanidad. En nombre de la Libertad se llenan de prisiones. En nombre de la Fraternidad se tortura y se mata. En nombre de la Paz se desencadenan guerras.
La historia de la monarquía, en todos los países está jalonada de intrigas, de complots, de traiciones, de parricidios, de fratricidios, de masacres, de persecuciones.
Las repúblicas democráticas, en todas partes, y en particular en México, han nacido en un baño de sangre, que se repite en cuando a título de depuración.
Y desde hace dos mil años y aún hoy día, los hombres se matan mutuamente bajo el signo de la máxima: “Amaos los unos a los otros”…
Así pues, si los crímenes y atrocidades se encuentran por doquier; si por consiguiente los crímenes y atrocidades se anulan (para hablar en términos matemáticos), y si hacemos la confrontación y el balance de los valores positivos de las diferentes doctrinas e ideologías políticas que han atraído la inteligencia, la adhesión y el entusiasmo de los hombres, debemos reconocer que los resultados son, indiscutiblemente, ampliamente favorables a la nación.
Al menos la nación, al contrario que la democracia, es franca y sincera. No alimenta a los hombres con ilusiones; no intenta convencerlos de que son ángeles; no los invita a combatir por nubes. Simplemente, por encima y más allá de los sacrificios, las decepciones, incluso de los crímenes y las injusticias, nos ofrece realidades, bien tangibles, bien plenas, bien vivas: es el cielo y es el suelo de nuestro país; son sus paisajes, sus bosques, sus ríos, sus praderas y sus montañas, sus caminos y senderos; es nuestra calle y nuestro barrio; nuestra ciudad o nuestra aldea, con su fuente, su iglesia, su ayuntamiento y su escuela; son las risas de nuestros niños y el amor de los que queremos y la nostalgia de los que ya no están; es la granja o el taller; son el pajar y la viña, el cansancio y el descanso y el juego de bolos bajo los árboles… Trivialidades, dirán ustedes, pero trivialidades que construyen nuestra vida real, cotidiana que nada tienen que ver con las ambiciones de algunos centenares de políticos profesionales, con las polémicas de algunas decenas de folletistas que se intitulan abusivamente periodistas, con la casta marginal, parasitaria y calamitosa de los intelectuales intelectualizantes de la “inteligentsia”; y que tienen menos que ver aún con las elucubraciones de Karl Marx, de Lenin y de Mao Tse Tsung.
Y es también la nación la inagotable riqueza de nuestro patrimonio cultural, artístico y literario. Porque, repito, lo más hermoso, lo más grande, lo más duradero, que los hombres ha creado –obras maestras de la música y de la literatura, las pinturas y palacios, las iglesias y monumentos- llevan el sello indeleble de la nación. En cambio los bustos de Benito Juarez, colocados en todas las logias de México, las imitaciones de los templos griegos de nuestros parlamentos, los bloques de cemento armado de nuestras viviendas económicas, la pintura abstracta o la música concreta no bastan, en mi opinión, para justificar el genio creador de la democracia.
Una última observación en lo que concierne a los abusos y crímenes que se le reprochan a la nación.
Para algunas personas en particular las palabras nación y nacionalismo son automáticamente, necesariamente, sinónimos de guerra. Es falso.
Diré en primer lugar que las guerras entre naciones no son más sangrientas, desencadenan menos odios y dejan en los corazones y en las almas menos y menor rastro, heridas menos profundas que las guerras civiles. Y a este respecto pienso que el día en que todos los ciudadanos sean formados y educados como es debido en el amor a su país, el día en que, en particular, comprendan la necesidad vital, natural, ineluctable, de la nación y, por consiguiente, la necesidad de sacrificar, en bien de todos y cada uno, los intereses y los egoísmos individuales y de clase al interés nacional, este día las guerras civiles podrán en gran parte, evitarse.
El estado verdaderamente nacional es, por definición, un Estado social. Porque si todos los intereses de los individuos, de las clases, de los grupos, de las corporaciones, se orientan, ordenados, articulados, al sentido del interés nacional (es decir, del interés general) se tendrá, necesariamente, un equilibrio social más grande y una justicia social más amplia.
Por otra parte, lejos de construir un factor de guerra, el nacionalismo bien entendido, el verdadero nacionalismo, es la garantía más segura y más fuerte de la paz. Pues el individuo que –porque los conoce- comprende y estima los valores y riquezas de su patrimonio nacional y que, por eso mismo, conscientemente, se muestra orgulloso de su país, al que ama responsablemente, sería, por ello mismo, y naturalmente, conducido a conocer, a comprender e incluso a querer a los otros países, empezando por los vecinos. No se trata de palabras en el aire ni sueños ideológicos: pienso que si desde los pupitres de la escuela, en vez de enseñar a los niños a despreciar a su patria y a odiar la de los otros, se les enseña a conocer, a estimar, a querer a su patria y a conocer, estimar y querer la de los demás, no digo que la paz quedaría garantizada, pero sí que sería ciertamente una contribución a la paz, mucho más fuerte, mucho más eficaz que todos los discursos de los pacifistas, que los mítines, marchas y desfiles pro paz, que todas las “conferencias de desarme” y de “seguridad”, que todas resoluciones de la O.N.U., creada para garantizar la paz, pero que no consiguió hasta ahora evitar una sola guerra, al contrario, contribuyó a envenenar y prolongar algunas...
Desde hace milenios, todo lo que la humanidad hay realizado de grande, de noble, de glorioso, de genial, de inmoral, en una palabra, de universal, lleva la marca de la nación que lo ha realizado.
Para no ir más lejos. Shakespeare, Caomoens, Dante, Miguel Angel, Racine, Goethe, Beethoven, son genios universales pero, ante todo, son ingleses, portugueses, italianos, franceses, alemanes; es por la profundidad de su nacionalismo por lo que alcanzan su universalidad. Todavía no se ha escrito una obra de arte en esperanto.
La naturaleza nos enseña que no hay Belleza, Armonía, Unidad, que no hay vida posible sino en la variedad y en la universalidad. La flor que admiramos está formada por sépalos, pétalos, estambres, un pistillo y cada una de esas partes se componen, a su vez, de una infinidad de elementos. El rostro que amamos comprende: la frente, los ojos, los labios, las orejas. Querer suprimir las naciones en nombre de la humanidad es construir un mundo abstracto, sin nombre y sin rostro, un mundo de pesadilla.
La vida en el seno o interior de la comunidad nacional es, pues, una necesidad natural, vital, de los individuos, necesidad que se extiende desde el plano material y económico hasta las esferas más elevadas de la vida moral y espiritual.
Supriman las naciones y los hombres parecerán, como peces abandonados en la orilla, con los espasmos de una lenta agonía. De lo que se deduce una cosa muy importante: Nos hemos acostumbrado a considerar el nacionalismo como una opción voluntaria, política o filosófica, entre tantas otras posibles (socialismo, comunismo, monarquía, etc.). Nada de eso. El nacionalismo no es una doctrina y menos aún un partido que se combate al que uno se adhiere. No se hace uno nacionalista, se es o, mejor dicho, se nace francés, ingles o alemán. El nacionalismo es un sentimiento innato al igual que el amor filial o que el amor maternal.
Algunos me objetarán: “Todo lo que dice Ud. Es muy hermoso; pero la verdad es que este sentimiento el que habla, el nacionalismo, no lo sentimos nosotros y sabe Ud. Muy bien que no somos los únicos y que somos cada vez más numerosos”. Sin duda, pero también hay niños que no quieren a sus padres, y madres que no aman a sus hijos; son precisamente casos anormales, irregulares, aunque algunos se esfuercen en convertirlos en regla. ¿Hay personas que reniegan o que traicionan a su patria? Sin duda. También hay hijos que matan a sus padres y madres que matan a sus hijos. Son monstruos, aunque algunos no lo duden, traten en convertirlos en modelos, al igual que el incesto. No hay más que ver la campaña desencadenada por los progresistas de todos los países a favor del aborto legal.
Si asistimos hoy día, en efecto, a la decadencia, al menos aparente, del sentimiento nacional, la culpa es de nuestra educación o, pero todavía, de una educación intencionalmente “desnacionalizante”. Pues sólo el que, por la educación y la escuela, ha aprendido a conocer la grandeza cultural, económica y sobre todo política de su propia patria, experimentara el orgullo íntimo de poder pertenecer a tal pueblo. Y no puedo combatir más que por lo que amo; no puedo amar más que lo que estimo; y no puedo estimar más que lo que conozco.
La verdad sin embargo (y esto viene a apoyar singularmente nuestra tesis nacionalista) es que, a pesar de los esfuerzos persistentes desarrollados por la fuerza de la subversión internacional para desnacionalizar a los pueblos, el sentimiento nacional (en cuanto sentimiento natural, innato) existe y persiste en la inmensa mayoría de los individuos, incluso si no se den cuenta de ello; incluso si asistimos a curiosas transferencias o desviaciones de este sentimiento, sobre todo en los jóvenes que ignoran las glorias imperecederas, los nombres inmortales y universales de su historia nacional y que concentran todas sus reservas de entusiasmo sobre sus ídolos de un día, atletas o cantantes famosos. Conocemos personas para quienes la patria es una cosa anticuada, caduca, ridícula, la patria que los vio nacer, la patria que moldeó sus cuerpos, su carácter y su espíritu, la patria que les dio un idioma, una educación, una cultura y que siempre están dispuestos a prender fuego, a sacrificarlo todo, hasta batirse, por un equipo de fútbol…
¿Qué sería del mundo, qué inmenso caos, qué anarquía qué de discordias si, cada instante los ciudadanos pudieran renegar, traicionar a su país a favor de otro, so pretexto de que éste, dirían, es más grande, más fuerte, más desarrollado, más justo, más avanzado? ¿Qué sería de las sociedades humanas si los hijos se dedicaran a desperdiciar y a renegar de sus padres, so pretexto de que el padre de su camarada es más guapo, más joven, más fuerte, más rico o más inteligente?
En verdad, es necesario que cada ciudadano se convenza de que posee, en su propio país, valores que son dignos de admiración y de amor y que, precisamente por ello, en lugar de ignorarlos o despreciarlos, debe protegerlos, defenderlos y cultivarlos.
Si la nación es, pues, la forma no solamente más favorable sino también necesaria, indispensable, no exclusivamente para la felicidad sino también para la vida, el desarrollo y la expansión de los individuos y las sociedades, debemos hacer lo necesario para preservarla y defenderla, debemos adherirnos sin reserva a la famosa fórmula de Salazar: “Todo por la nación, nada contra la nación”.
Aquí se plantea un argumento, por así decirlo, clásico: -Pero, se dirá ¿el nacionalismo no arriesga conducir, no ha conducido ya, a abusos, excesos, crímenes, atrocidades?...
¿Pero existe doctrina régimen, ideología, religión, incluso el cristianismo, religión del amor, que no haya conducido a abusos, excesos, crímenes, atrocidades? Desgraciadamente, así es la humanidad. En nombre de la Libertad se llenan de prisiones. En nombre de la Fraternidad se tortura y se mata. En nombre de la Paz se desencadenan guerras.
La historia de la monarquía, en todos los países está jalonada de intrigas, de complots, de traiciones, de parricidios, de fratricidios, de masacres, de persecuciones.
Las repúblicas democráticas, en todas partes, y en particular en México, han nacido en un baño de sangre, que se repite en cuando a título de depuración.
Y desde hace dos mil años y aún hoy día, los hombres se matan mutuamente bajo el signo de la máxima: “Amaos los unos a los otros”…
Así pues, si los crímenes y atrocidades se encuentran por doquier; si por consiguiente los crímenes y atrocidades se anulan (para hablar en términos matemáticos), y si hacemos la confrontación y el balance de los valores positivos de las diferentes doctrinas e ideologías políticas que han atraído la inteligencia, la adhesión y el entusiasmo de los hombres, debemos reconocer que los resultados son, indiscutiblemente, ampliamente favorables a la nación.
Al menos la nación, al contrario que la democracia, es franca y sincera. No alimenta a los hombres con ilusiones; no intenta convencerlos de que son ángeles; no los invita a combatir por nubes. Simplemente, por encima y más allá de los sacrificios, las decepciones, incluso de los crímenes y las injusticias, nos ofrece realidades, bien tangibles, bien plenas, bien vivas: es el cielo y es el suelo de nuestro país; son sus paisajes, sus bosques, sus ríos, sus praderas y sus montañas, sus caminos y senderos; es nuestra calle y nuestro barrio; nuestra ciudad o nuestra aldea, con su fuente, su iglesia, su ayuntamiento y su escuela; son las risas de nuestros niños y el amor de los que queremos y la nostalgia de los que ya no están; es la granja o el taller; son el pajar y la viña, el cansancio y el descanso y el juego de bolos bajo los árboles… Trivialidades, dirán ustedes, pero trivialidades que construyen nuestra vida real, cotidiana que nada tienen que ver con las ambiciones de algunos centenares de políticos profesionales, con las polémicas de algunas decenas de folletistas que se intitulan abusivamente periodistas, con la casta marginal, parasitaria y calamitosa de los intelectuales intelectualizantes de la “inteligentsia”; y que tienen menos que ver aún con las elucubraciones de Karl Marx, de Lenin y de Mao Tse Tsung.
Y es también la nación la inagotable riqueza de nuestro patrimonio cultural, artístico y literario. Porque, repito, lo más hermoso, lo más grande, lo más duradero, que los hombres ha creado –obras maestras de la música y de la literatura, las pinturas y palacios, las iglesias y monumentos- llevan el sello indeleble de la nación. En cambio los bustos de Benito Juarez, colocados en todas las logias de México, las imitaciones de los templos griegos de nuestros parlamentos, los bloques de cemento armado de nuestras viviendas económicas, la pintura abstracta o la música concreta no bastan, en mi opinión, para justificar el genio creador de la democracia.
Una última observación en lo que concierne a los abusos y crímenes que se le reprochan a la nación.
Para algunas personas en particular las palabras nación y nacionalismo son automáticamente, necesariamente, sinónimos de guerra. Es falso.
Diré en primer lugar que las guerras entre naciones no son más sangrientas, desencadenan menos odios y dejan en los corazones y en las almas menos y menor rastro, heridas menos profundas que las guerras civiles. Y a este respecto pienso que el día en que todos los ciudadanos sean formados y educados como es debido en el amor a su país, el día en que, en particular, comprendan la necesidad vital, natural, ineluctable, de la nación y, por consiguiente, la necesidad de sacrificar, en bien de todos y cada uno, los intereses y los egoísmos individuales y de clase al interés nacional, este día las guerras civiles podrán en gran parte, evitarse.
El estado verdaderamente nacional es, por definición, un Estado social. Porque si todos los intereses de los individuos, de las clases, de los grupos, de las corporaciones, se orientan, ordenados, articulados, al sentido del interés nacional (es decir, del interés general) se tendrá, necesariamente, un equilibrio social más grande y una justicia social más amplia.
Por otra parte, lejos de construir un factor de guerra, el nacionalismo bien entendido, el verdadero nacionalismo, es la garantía más segura y más fuerte de la paz. Pues el individuo que –porque los conoce- comprende y estima los valores y riquezas de su patrimonio nacional y que, por eso mismo, conscientemente, se muestra orgulloso de su país, al que ama responsablemente, sería, por ello mismo, y naturalmente, conducido a conocer, a comprender e incluso a querer a los otros países, empezando por los vecinos. No se trata de palabras en el aire ni sueños ideológicos: pienso que si desde los pupitres de la escuela, en vez de enseñar a los niños a despreciar a su patria y a odiar la de los otros, se les enseña a conocer, a estimar, a querer a su patria y a conocer, estimar y querer la de los demás, no digo que la paz quedaría garantizada, pero sí que sería ciertamente una contribución a la paz, mucho más fuerte, mucho más eficaz que todos los discursos de los pacifistas, que los mítines, marchas y desfiles pro paz, que todas las “conferencias de desarme” y de “seguridad”, que todas resoluciones de la O.N.U., creada para garantizar la paz, pero que no consiguió hasta ahora evitar una sola guerra, al contrario, contribuyó a envenenar y prolongar algunas...
2 comentarios:
hola que tal hermano, he estado leyendo tus articulos, se ve que eres algo letrado, un poco no mucho, literatura barata..en fin uno es libre de leer lo que quiera, en fin mientras leamos vamos por buen camino...ya una vez adentrados en el fascinante mundo maduras y sabes q es y que NO es conveniente leer...me gusta como te expresas, libre...sin reservas solo que...por que atacar a todos los que te dritican? te crees acaso dueño de una verdad absoluta?...malo!!! es es el mal de este pais, tomamos teorias,doctrinas, en fin pensamientos ajenos a los que un MEXICANO NACIONALISTE debe tener y no solo eso, creemos q nadie mas tiene razon...
sabes, me parece de PESIMO gusto que critiques a las autoridades, por que buenas o malas son eso...AUTORIDADES, que pretendes que un dia ( como se ve q quieres) llegues aun puesto publico ( que no creo q suceda) y gracias a la ponzoña inyectada en sitios como este encontrarte con anarquistas?...ademas si tanto criticas el trabajo de las autoridades ...xq no empiezas por hacer tu trabajo y respetas las bardas de la ciudad? EJEMPLO HERMANO ...ese, habla mas que mil palabras...no critico tu pasatiempo, por que eso es, sin embargo me pregunto?..por que tanta anarquia y repudio a los sistemas de gobierno? ...nombre si hoy es cuando mas hac falta estar unidos, no dar pie a que "ajenos" quieran venir a pisotear el trabajo que mucho o poco nos ha costado vidas y años...todo lo contrario, alentemos a nuestras autoridades a trabajar, si, es cierto las cosas no han salido muy bien para ellos, errores humanos como los mios, como los tuyos, como los que a diaria cometemos...so te pido con ese patriotismo no critiques a aquellos que en el intento han caido derrotados a causa de sus errores, antes..ayudemonos a construir esta ciudad, este estado, es bello...HERMOSO PAIS...
awas con lo que sueltas al aire,procura que si algo hablas sea positivo....
Rafael Padilla a tus ordenes maestro myspace.com7rajas_sweetcry
Creo que el nacionalismo, para nada es algo natural, sino es una herencia cultural. No es que amemos a nuestro país porque aqui nacimos, sino que, los que lo aman, es porque se les ha inyectado una serie de simbolos de los cuales deben apropiarse, y con los cuales deben identificarse. El hombre esta atras de las circunstancias, es decir, el mexicano nace en un primer momento en México, y luego es que se apropia de lo que es lo "mexicano". Hay que considerar, como tu masomenos lo haces ver, que tanto la idea de país, los simbolos nacionales, y los limites geograficos son meras arbitrariedades. Otra cosa, pensamos en la educación como el eje central del "progreso", o la directriz que nos conducirá hacia mejores formas de vida, pero luego tenemos ejemplos sumamente paradojicos, tal es el caso de del nacismo en Alemania. El país en el que nacieron personajes como Heidegger, Nietzsche, Kant, Hegel, Bach, entre muchos otros, no estuvo exento de caer en ideologias tan pendejas, como lo fue el nacionalsocialismo. Habria que pensar, como dice Heidegger (quien paradojicamente fue militante del partido Nazi), que la existencia es un proyecto indeterminado, un proyecto abierto. La educacion, no grantiza la construccion de un proyecto estable (un "progreso"),mucho menos creo que nos encamine hacia un fin ultimo (el cual dudo mucho que exista), no se lo garantiza al individuo y mucho menos a una colectividad. Juan Gaytán García
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